El buey lerdo bebe agua turbia, al que madruga Dios le ayuda, en la tardanza está el peligro, tiempo que se va es verdad que huye, y así se pueden sumar frases que reivindican la optimización del uso del tiempo. Pero no hay que exagerar.
No por mucho madrugar amanece más temprano y el que ríe último ríe mejor. Sin exageración, se entiende.
Tenemos a la vista varios ejemplos de apresuramientos que han dejado en ridículo a los apurados y, de paso, han hecho meter la pata a otros asonsados.
Es lo que pasa con las reacciones que, sobre distintos asuntos del quehacer nacional, se asumen sin que haya una mínima preparación. Sale un comunicado y ni se lo ha terminado de leer cuando ya lo están revolcando con una respuesta. Esa aceleración sería más útil en otro tipo de acciones y evitaría que se anticipen juicios que poco después deben ser recogidos, aunque sus efectos ya sean irreversibles.
Es tal la cantidad de constitucionalistas y de intérpretes de la ley que uno se pregunta de dónde han salido tantos. Cuando todo resulta ser ilegal, lo más razonable es que se cuestione también a los que hablan de ilegalidad. ¿Por qué no?
Por ello, para marcar diferencia, aquí asumimos, desde este instante, que todo es legal. Que todo se puede y no hay impedimento alguno contra nada.
Vamos adelante con todos los cambios, nombremos a los cargos y a las instituciones como nos dé la gana. Asumamos la libertad con sus ocho letras y acostumbrémonos a que de un día para otro nos cambien todo. Si un magistrado se pronuncia, hay que seguirle la corriente si nos conviene. Si no, ya aparecerá otro que esté a tono con nuestro gusto. Habrá para todos.
Se seguirán rasgando las vestiduras los cínicos y los aprendices de hipócritas. Hay que conseguir, de donde sea, la paciencia para soportarlos y la tolerancia para pensar que algo de razón puedan tener. ¡Cómo no, si estamos presumiendo que todo es legal!