viernes, 25 de julio de 2008

editorial v


En la tardanza está el peligro, dicen

El buey lerdo bebe agua turbia, al que madruga Dios le ayuda, en la tardanza está el peligro, tiempo que se va es verdad que huye, y así se pueden sumar frases que reivindican la optimización del uso del tiempo. Pero no hay que exagerar.

No por mucho madrugar amanece más temprano y el que ríe último ríe mejor. Sin exageración, se entiende.

Tenemos a la vista varios ejemplos de apresuramientos que han dejado en ridículo a los apurados y, de paso, han hecho meter la pata a otros asonsados.

Es lo que pasa con las reacciones que, sobre distintos asuntos del quehacer nacional, se asumen sin que haya una mínima preparación. Sale un comunicado y ni se lo ha terminado de leer cuando ya lo están revolcando con una respuesta. Esa aceleración sería más útil en otro tipo de acciones y evitaría que se anticipen juicios que poco después deben ser recogidos, aunque sus efectos ya sean irreversibles.

Es tal la cantidad de constitucionalistas y de intérpretes de la ley que uno se pregunta de dónde han salido tantos. Cuando todo resulta ser ilegal, lo más razonable es que se cuestione también a los que hablan de ilegalidad. ¿Por qué no?

Por ello, para marcar diferencia, aquí asumimos, desde este instante, que todo es legal. Que todo se puede y no hay impedimento alguno contra nada.

Vamos adelante con todos los cambios, nombremos a los cargos y a las instituciones como nos dé la gana. Asumamos la libertad con sus ocho letras y acostumbrémonos a que de un día para otro nos cambien todo. Si un magistrado se pronuncia, hay que seguirle la corriente si nos conviene. Si no, ya aparecerá otro que esté a tono con nuestro gusto. Habrá para todos.

Se seguirán rasgando las vestiduras los cínicos y los aprendices de hipócritas. Hay que conseguir, de donde sea, la paciencia para soportarlos y la tolerancia para pensar que algo de razón puedan tener. ¡Cómo no, si estamos presumiendo que todo es legal!