jueves, 27 de mayo de 2010

De una madre desnaturalizada a su hijo amarillo

En el día de la madre, nada menos, se me ocurre recordar que mi hijo, El Otro Amarillo, está por cumplir dos años este 6 de junio. Y claro, cómo no sentirme madre desnaturalizada, no sólo porque sería contranatura que yo pueda parir, pero resulta que justo en la feria del libro del año 2008, nació mi criatura y está por ahí deambulando, en papel, en Internet, a su suerte, que no es otra que mala suerte.
Cuando El Otro Amarillo vio la luz, se llenó de ella. Me hinchó el pecho de orgullo, las tetas casi a reventar, pero el entusiasmo del alumbramiento y el deslumbramiento se apagaron de a poco. Hoy, 27 de mayo de 2010, recuerdo como si fuera hace dos años los afanes para terminar de dar forma al número cero. El padrino, don Willy, todavía no había visto el feto, pero brindó el apoyo que era más preciso, el más urgente, el definitivo: la luz verde para que se imprima.
Los primeros mil ejemplares que recogí ese día con una emoción indescriptible, inentendible para los trabajadores de la imprenta que veían los ojos llorosos de esa madre bigotuda, que acariciaba a su amarillo vástago con las manos, con los ojos y con la nariz… se distribuyeron primero entre los amigos y luego se adjuntaron a la edición del Semanario Uno, de Maggy, la madrina alzadora en este caso, y el saldo se fue yendo con los visitantes a la feria. Otros amigos lo vieron, lo doblaron y no se sabe si los botaron ahí mismo o después en sus casas. Recuerdo que en mano propia entregué un ejemplar a Pedro Shimose, que parece que le vino muy bien porque necesitaba envolver algo y el papel era de buena calidad.
Vinieron felicitaciones, miradas torcidas, palmaditas en la espalda, palmaditas en otras partes, y todo fue fiesta. El uno, el dos, el tres, el cuatro, el cinco, se fueron acumulando, no se habían distribuido cuando había que hacer el siguiente. Salió en papel más chico, en fotocopia, luego en una página del Semanario Uno. Hoy, dos años después, no hay nada de eso. Sólo el recuerdo, las deudas, y la esperanza de días mejores, como piensa toda madre que desea lo mejor para sus hijos, tenga o no bigotes.

Radialistas de tierra adentro y su visión sobre las agresiones






Muestra del trabajo en grupo sobre agresiones a periodistas en el taller con trabajadores de radios de la Red Amazónica. Testimonios crudos y vivos de los amenazados de muerte...

martes, 9 de marzo de 2010

Abogando por el diablo, en Unitel

Intenté, sin mucha fortuna, debatir hoy en el aula sobre el programa Abogado del diablo emitido la noche del lunes 8 por la red Unitel. Apenas dos estudiantes de Derecho lo habían visto a medias y la conclusión a la que llegaron fue que el candidato Rubén Costas es un mal orador. Coincidieron en que es un líder que no sabe expresarse. De las tres entrevistadoras y el único entrevistador de la noche sólo recordaron a las dos que se trenzaron en una discusión mientras el candidato las contemplaba con vergüenza ajena.

Volviendo al aula, estaban todos y todas convencidos y convencidas de que quienes formulaban las preguntas eran abogado y abogadas. Sus colegas en el futuro. Indagando hasta lo máximo, no recordaban nombres ni trayectoria aparte de la del candidato. Entonces me preocupé.

Me preocupé por mi colega y compañera. De lucha, de vida. La única periodista estaba fuera de lugar en ese circo que bien podría llamarse Abogando por el diablo.
Fui más allá e intenté buscar otras percepciones, como recomendó el candidato Costas mientras rehuía responder. De entre los que vieron completo el programa y los que se pasaron las dos horas con el control remoto y optimizaron su teledependencia con dos, tres, cuatro y quizá más opciones periodísticas y de otra índole en la misma franja horaria, llego yo a la conclusión de que debemos salvar a los periodistas de la trampa que implica someterse a un programa con un esquema nada periodístico.

Puede que el formato sea atractivo y dinámico, pero no es periodístico y cuando un periodista se meta en él, llevará siempre las de perder.

Dudo que Maggy, al finalizar el programa, mientras se retiraban los micrófonos y se apagaban las luces en el set, haya quedado tranquila.

Los que sí estaban en su lugar y posiblemente con mucha satisfacción eran las otras dos “abogadas” (Susana Seleme y Betty Tejada), el “abogado” (José Mirtembaum), el candidato y la gente de la producción de la televisora porque dijeron misión cumplida.

Trataré de ser más claro. Me di cuenta que nada bueno debería esperar cuando de entrada se hace gala de tanta familiaridad e intimidad con el bonachón candidato. En ese momento Costas tomó el control de la situación y no lo soltó hasta lo último, incluso con la promesa de que las preguntas sueltas serían respondidas a domicilio. Tuteándose, riendo sus bromas, ya no se sabía quién era el interpelado.
Malicioso, como suelo ser cuando veo la política televisada, pienso en lo peor para no llevarme sorpresas. ¿Por qué el escurridizo candidato aceptó estar en el programa, si no estuvo en el debate organizado por la Federación de la Prensa, ni en el foro de la Utepsa? ¿Qué lo animó? ¿Sabía que abogarían por él, como ocurrió finalmente?

Es que nunca podrá ser periodístico un formato en el que las personas etiquetadas como “abogados del diablo” deben defender posiciones que no creen, o presentar ante un interlocutor un argumento contra la posición en la que sí creen, sólo porque son “abogados del diablo”. Ahí estaban los esfuerzos de Seleme por salvar las papas y decir que no se debería perder de vista al enemigo principal… ¿el voto? Y a Tejada, arañando para poder decir algo sin que se evidencie su militante parcialidad. Mirtembaum, igual que Maggy, se quedó sin respuesta a su única pregunta y por si fuera poco, para poner el punto final, les piden que emitan un veredicto de jueces cuando la audiencia ya los había juzgado a todos.

Si los candidatos se toman la licencia y estudian muy bien a dónde se van a meter, ¿no deberían hacer lo propio los periodistas invitados para que avalen programas ajenos? Quienes no ejercen el periodismo no tienen nada que perder, nosotros sí.