Hoy, día de inocentes, habrá una licencia para
hablar de calzones porque ya no da para seguir hablando de la inocentada
adelantada a la Miss
Colombia. Tampoco de aquellas pastas italianas que son como
empanadas gigantes y tienen el nombre casi innombrable, aunque otras pastas se
llamen peor. No, nada de eso. Se trata, simplemente de aquellas prendas
antiguamente llamadas bombachas que son otra preocupación en esta temporada donde
reina la paz y la armonía, según se puede apreciar en los informativos.
Preocupan porque algo de cierto debe haber en
la creencia popular del estreno de calzones y su relación con la prosperidad,
sea monetaria, o sentimental, que casi vienen siendo lo mismo.
Raro porque ni el mejor calzón nuevo se sentirá
tan a gusto como el más desgastadito, ese que tiene los elásticos domados a
punta de uso y lavado. Por supuesto que son poco recomendables en tiempos de
conquista, o incluso de salidas a las calles como están ahora porque cualquier
rato ocurre algo y en el hospital o donde uno llegue, estarán ahí tristemente
expuestos, como sabiamente advertían madres y abuelas.
De modo que, por si acaso, feliz compra y
estreno. La oferta es variada. Amarillos, rojos, blancos, negros, con y casi
sin tela. Para usarlos en Año Nuevo quizá unos sobre otros, qué importa, si
total habrá que rompérselos trabajando –en sentido figurado- porque es una fórmula
probada para el éxito, o lo es para la mayoría de la gente.
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