Participar en procesos electorales solía ser un ejercicio democrático,
imperfecto, obligatorio, pero se suponía perfectible. El elector depositaba su
voto y dependiendo de sus expectativas y preferencias festejaba o se lamentaba
cuando la autoridad electoral publicaba el resultado si es que
las encuestadoras y los medios de información, incluso con herramientas rudimentarias,
no se le habían anticipado. Con el advenimiento de la proclamada revolución
democracia y cultural, esta participación directa se está transformando en
ejercicio gimnástico. Veamos por qué.
El sentido de votar, que es emitir un voto en una elección o consulta,
le da al ciudadano la posibilidad de expresarse de modo libre y secreto. Es la
máxima expresión de la voluntad popular, incluso con todas sus imperfecciones.
Sin embargo, este acto consciente y deliberado pierde significado cuando la
decisión que debería corresponder a las mayorías ya está tomada por anticipado y
desde la minoría ínfima del poder.
De ese modo, y por efecto de las prohibiciones y previsiones como la
restricción de la circulación vehicular, el ejercicio democrático
lamentablemente se convierte en apenas un ejercicio gimnástico. ¿Hay que ir a
votar? Vamos temprano, antes que se formen colas. Esperemos que baje un poco el
sol. Aprovechen chicos, saquen las bicicletas.
Así fue el año 2011 cuando se convocó a Elecciones Judiciales. Una burda
pantomima electoral, obligatoria, de paso. La amplia mayoría votó nulo y
blanco, pero se impuso la minoría para posesionar a un grupo de funestos
magistrados que dieron muestras de su incompetencia y obsecuencia al poco
tiempo de ser posesionados, sainete que se repetiría corregido y aumentado el
año 2017.
Tanto afán para votar, si los elegidos ya estaban atornillados en los
cargos. El año 2016 la mayoría democrática negó en un referendo la posibilidad
de que los actuales mandatarios vuelvan a repostular, (lamentando la inevitable
redundancia) en las elecciones generales de 2019, pero un puñado de aquellos
acomodados por la ínfima minoría determinó lo contrario.
Tenía algo de razón el candidato García Linera cuando señaló que las
elecciones primarias servirían para mostrar la musculatura de los partidos. La
gimnasia más reciente confirmó las sospechas. Elector fue convocado apelando su
más profundo sentido democrático para que vaya a elegir a los elegidos
despilfarrando 27 millones de bolivianos y quién sabe cuántos más en propaganda
oficial y movilización oficialista. Al final, empujaron a unos cuantos
incautos. Forzudo el oficialismo. Campeón de la halterofilia para torcer el
brazo a la mayoría. Dudoso mérito el de la revolución democrática y cultural que
primero capitalizó las imperfecciones para acceder al poder y luego devaluó el
voto hasta lo inimaginable. ¿Para qué sirve votar? ¿Tiene sentido subvencionar
un Tribunal Electoral? Pongan un gimnasio y ya.