De esas pocas veces en las que una película no
estropea la novela que la inspira, El Graduado (1967) es un clásico del cine
que podría tener una dura competencia en caso de que se lleve a la pantalla un
acto de graduación común y corriente, cuya temporada está en fase meseta.
El drama romántico de Hollywood tendría escasa
oportunidad frente al drama, por ejemplo, de encontrar sitio para estacionar,
lo suficientemente cercano como para hacer el trayecto con tacos de casi 20 centímetros, y
ojalá algo iluminado para no encontrarse a la salida con la sorpresa de aquí lo
puse y no lo encuentro. Y eso que se están descontando las penurias de las
previas y ni mencionar los gastos de última hora que más parecen de último resuello.
Una vez en el salón, el desafío será encontrar
asientos medianamente próximos a la pasarela o al escenario que no estén
ocupados por carteras, bolsas o lo que sirva para guardar el espacio a
infaltables que llegan justo para el desfile porque su equipo de avanzada ya
reservó el lugar para sus orondas posaderas. Claro que tampoco se ven tan
afortunados los más próximos porque en un santiamén se sorprenderán con sillas que
no estaban, o verán durante todo el acto los felinos movimientos de fotógrafos por
delante.
Mientras tanto, el graduado, que estuvo horas
esperando, no sabrá en qué momento se le fue su minuto de gloria y sus pobres
parientes menos. La desconcentración sola daría, sin exagerar, para otro
argumento.Fb