Decir que su apodo es arbolito de Navidad es una maliciosa
referencia a un símbolo de esta época y más sin chiste que presentadores de
televisión haciendo cortos de humor. Los
más entusiastas ya armaron su arbolito y los menos fanáticos están postergando
la tarea. Sólo pensar en sacar cajas y bolsas, en deschipar foquitos, ya cansa.
En un sondeo televisivo,
parroquianos de la plaza principal lamentaban lo que consideraron un retraso
municipal imperdonable y una entrevistada se animó a decir: “Parece que
tendremos una Navidad triste”. Eso
porque hasta ese momento no habían atiborrado la plaza con los accesorios que
magullan palmeras y los pocos árboles que quedaron tras la remodelación para
versión de plaza de bronceado. No se entiende a la gente. Si se hubieran
adelantado, dirían qué barbaridad, cuánto derroche.
Los arbolitos domésticos,
generalmente plásticos, emulan una tradición alemana de más de 500 años. En el
Rockefeller Center ya se encendió el más famoso de todos, o sea, igual que con
el Black Friday, ya está dada la orden desde el norte. A desempolvar el viejo o
comprar otro y seguir el ritual con la estrella, las bolas, los lazos, las
luces. Quizá bastones y muñecos de nieve que refrescan de solo mirarlos. Para
qué hablar de ver animales salvajes, e incluso dinosaurios, merodeando pesebres,
porque cada quién es libre de adornarlos a gusto y no hay un manual ni se
somete a referendo el tener unas cuantas normas, aunque debería.
Fb