Recién, en la acera de la calle Ingavi, cruzó
en sentido contrario un joven apresurado con una toga en la cabeza, claro
¿dónde más? Parece que venía de alguno de los estudios fotográficos aledaños y
pensó que se veía muy bien caminando así. Es notoria la intensidad de los
preparativos para toda clase de actos de graduación que usualmente se hacen en
estos días.
Estudiantes que conocí en su primer día de
clases en la universidad me sorprenden ensayando para que su ceremonia se
desarrolle sin sobresaltos. Ciudadanos y ciudadanas listos y listas para
abrirse campo en el mercado, no solo porque aceras y calzadas están saturadas
de vendedores de adornos navideños, sino también en el aspecto más general, en el
laboral.
Los más afortunados ya tienen pega asegurada, o
incluso ya tienen garantizados sus dos aguinaldos porque empezaron antes. Otros
que tienen aún más suerte, ni han tenido que buscar trabajo porque el puesto ya
los estaba esperando y algunos le estaban haciendo lance, entre buri y buri,
con el pretexto de clases en la U.
Como sea, atravesar una de las metas más
importantes de la vida es motivo de orgullo personal y familiar. Ocasión para celebrar. Hay también graduados en el nivel prescolar con actos y fiestas de graduación a tono. Vestidos, joyas, premios y recuerdos que mueven la economía y remueven los ahorros. No importa. Los graduados, de donde sea que salgan, son buena razón para alegrarse, incluso para farsear togas.