Se habían
robado el charango y no se pudo achacar a los chilenos -porque se puso de moda
culpar a los peruanos- ni tampoco a una Paloma.
Ocurrió la madrugada del martes
pasado, en la zona del Siete Calles, y la víctima fue María Juana, que no es precisamente
una dama.
El hecho habría
ocurrido entre las cuatro y cinco de la madrugada, en la hora fatal para
cualquier guardián callejero, o mejor dicho sereno, porque es cuando el sueño
suele vencerlos tras haber luchado doce, o quién sabe quizá 23 horas, hasta el
cambio de turno y es, justamente, la hora del sereno.
El charango estaría
llorando, más que de costumbre, pero no tanto como su dueño, Marco Antonio
Veizaga, que de dormir con él con los años, unos ocho, pasó a dormir en el auto.
Como el garaje del hotel estaba al coto,
como casi todos los garajes cruceños, auto y charango pernoctaron en la vía
pública, y los que se lo llevaron, después de hacer añicos una ventanilla, lo
vendieron, dicen, en 200 bolivianos a una casera del mercado Abasto.