En la previa
de uno de los conciertos de música con mayor trascendencia se ha montado, junto
con el escenario, otro escandalito. Si es para la anécdota, vale. Si es el
pretexto para que unos y otros se laven las manos, sería lo acostumbrado.
Ya se sabe que
no está bien visto que alguna vez el estadio Tahuichi pueda llenarse y peor si
no es con fútbol, como los que se rasgan las vestiduras porque un músico, no
cualquier músico, reciba el Nobel de Literatura.
Una estrechez
mental lamentable. En la balanza, la gran importancia de la localía de dos
partidos de fútbol del calendario nacional, con muy alta estima para cierto
sector de aficionados generalmente disconformes con los espectáculos en el
juego, porque aquí no cuentan los de fuera del campo, y la posibilidad de tener
el tiempo suficiente para tratar de armar un escenario adecuado en un concierto
internacional esperado por otro sector de aficionados.
Con razón
vamos a la cola. Los vivos de siempre, los avivados profesionales, los
campeones de las excusas y los dueños de los escenarios y de las escenas
grotescas. Todo a pocas horas de todo.
Improvisación, falta de coordinación, celo, y quién sabe qué otras cosas.
Acostumbrados
a que todo se tenga que resolver en la justicia, tan diligente y transparente
siempre, veremos su fallo y sus fallas cuando los futbolistas ya se hayan lastimado con los fierros en la
cancha y los famosos rockeros se vayan con su música a otra parte.