Mientras los japoneses disfrutan en
estos días del Sakura, que nada tiene que ver con el consumo de pollos en
conocidos restaurantes cruceños, sino con el florecimiento de los árboles de
cerezo que tiñen avenidas y parques de color rosa, se avecina en Santa Cruz la
llegada de la estación de menos calor,
porque solo hay dos al año, anunciada coincidentemente con la floración de los
cada vez más escasos toborochis urbanos.
En Japón le sacan el máximo
provecho turístico a este regalo de la naturaleza. Aquí los toborochis
sobrevivientes, sobre todo en el primer anillo, son el baño “pa’ los borrachos”
de los boliches circundantes porque parroquianos y otros urgidos entienden que
a estos árboles nativos también se les llama palo borracho y árbol botella debido
a que tienen tales fines.
El toborochi es un símbolo
cruceño, no por lo borracho ni por la botella, sino porque simboliza la
hospitalidad. Lástima que no tengan una celebración especial y que, al
contrario, sean eliminados con el pretexto de que ensucian el cemento que bien
podría reemplazarlo en el escudo de armas.
Durante el Sakura japonés se
acostumbra pasear y hacer picnic a la sombra de los árboles, reflexionar sobre
lo efímero de la vida, debido a que la floración es corta. Nuestras costumbres,
en estos tiempos, son comentar las astucias de los ministros en el sol que
pela, porque sombra casi no hay, y escándalos tenemos de sobra. De verdad que
las comparaciones son odiosas.