De Francia nos han llegado unos mimos, porque otra cosa no podrían ser las actuaciones en La Paz, Cochabamba y Santa Cruz y los cursos ofrecidos por el mundialmente famoso Philippe Bizot.
Memorias del silencio se tituló la puesta en escena, gratuita para
el público cruceño en la Alianza Francesa, y junto con los aplausos, el gran mimo
se llevará en la memoria, entre otros insumos para su trabajo, el grito de un desubicado
que pidió en voz alta que se suba a algún sitio porque no pudo ver la playa
imaginaria donde el artista se sentó. Bastante comprensible si se considera que
no tenemos playas marinas y aquel furibundo y otros necesitan tener una idea de
cómo es eso de disfrutar en la orilla del mar.
En más de 30 años recorriendo
escenarios de todo el mundo, cosas como esas no deben ser tan comunes. O que
suenen dos o tres timbres de teléfono celular, pese a la solicitud anticipada de
que sean apagados, o que los niños más pequeños empiecen a llorar o a corretear
junto a él. Aún así, imperturbable.
Mejor ni imaginar al atrevido si pagaba
un céntimo por el ingreso. Afortunados los públicos que en adelante quizá podrán
disfrutar este detallito, previsible, si este mimo, agudo observador de las
costumbres locales, a pedido del público en la penúltima parte del show, personificó
a un taxista trabajando en las calles cruceñas con todas sus mañas y señas.
Dicen que el artista se debe a su
público, pero con semejantes insumos, creo que casi quedamos a mano.
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