Más interesantes que las entrevistas han
resultado las enrevistas. Del cruce de enredo y entrevista. ¿Por qué no podría inventar
también una palabra, si es común en estos tiempos?
Una enrevista que se precie, sea en radio, en
televisión, o en cualquier soporte, porque eso de que el papel lo aguanta todo
ya está desfasado, necesita tres ingredientes:
Primero, una enrevistadora o enrevistador que tome
el micrófono como una cachiporra. Que lo use de modo tan contundente que su
víctima apenas pueda resollar antes del golpe definitivo.
Segundo, una enrevistada o enrevistado que
reaccione semanas después de la tunda y con todo derecho plantee una demanda
legal porque no es nomás que uno se va a dejar vapulear y quedar malparado o
malparada.
Tercero, unos debatientes y mejor si son
enfermos crónicos de debatitis, la plaga de las redes sociales ya descrita por
grandes pensadores que ni viene al caso nombrar porque estos pacientes, capaces
de impacientar a cualquiera, jamás leerían un texto corrido para opinar con
fundamento. Le echan nomás a lo sin pollera porque con pollera ya sería para
discriminación.
Y listo, porque en estos asuntos, los temas de
fondo, e incluso los superficiales son lo de menos. Un ejemplo ilustrativo ha
sido generosamente dispuesto en los últimos días para beneplácito de los
terceros en la receta, y todos contentos, al menos hasta que se supo lo de la
venidera ley seca papal, que da para otras tantas enrevistas.
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