Acompañando a un amigo tras una cirugía de alto riesgo, escuchamos la buena noticia sobre el restablecimiento del humorista David Santalla Barrientos, que estuvo treinta días hospitalizado.
Al mismo tiempo, en Francia, el nominado al premio Molière, Sébastien Thiéry, aprovechó la gala formal y se subió al escenario desnudo, e interpeló, durante cuatro minutos y sin que ningún guardia le caiga encima ni le cubra nada, a la ministra de Cultura que estaba sentada en primera fila.
Así salió en defensa de los intermitentes del espectáculo, “cuyas condiciones laborales son inferiores a las del resto de los trabajadores”.
Si dicen que nada ocurre por casualidad. "¿Sabe
usted, señora ministra, que los autores no tenemos siquiera seguro de
desempleo? El figurante, el encargado del vestuario, todo el mundo tiene
derecho a uno. ¿Por qué esta discriminación?".
De su desnudez señaló: "Se puede hacer un teatro sin
disfraces para entretener a la audiencia, sin trajes, pero no sin autor".
David Santalla, en una entrevista hace tres años, dijo: “Sin autor no hay
argumento, sin actor no hay interpretación; pero sin público no hay teatro”.
Ese es el punto. En Francia, en cualquier país,
cualquier actor o autor de teatro sosteniéndose únicamente con su increíble
talento. Entretienen, enseñan, irritan al poder y el poder les da la espalda,
pero Molière, Thiéry, Santalla, y todos los artistas igual se las ingeniaron
para que el espectáculo continúe, con o sin ropa.
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