lunes, 7 de agosto de 2017

Estrés generalizado



La ciencia se encargó de explicar aquello que ya habíamos visto y sentido: las plantas están tanto o más estresadas que el resto de los seres vivos por aquello que comúnmente se llama tiempo loco -porque no se escucha decir clima loco- y por eso los alcornoques amarillos coincidieron su floración con los tajibos morados que florecieron tarde, como el inicio de cualquier acto público o evento social.
Así el calendario cromático de los pocos árboles urbanos que quedan cambió y confundió por igual a científicos y a comentaristas de Wikipedia y de redes sociales, porque se supone que esto no acaba en la mixtura de flores caídas en el piso, sino que tiene o tendría un efecto multiplicador mayor.
Peor que retornar a clases en pleno surazo después de disfrutar una calurosa vacación invernal, o de tapar las múltiples goteras que aparecieron en los techos entre abril y mayo, para que en julio llueva como goteando en las cubiertas que se salvaron de ser arrancadas por ventarrones.
Cambios bruscos, con secuelas no siempre visibles, que son llamados de atención que en algún momento dejarán de ser agradables a la vista, como las alfombras de pétalos multicolores, y tan irreversibles como la decisión de suspender un concierto alegando temor o de convertir parajes verdes en pampas erosionadas y llamarlas urbanizaciones o meter carreteras a la fuerza en lo que hasta hace poco eran reguladores del clima y, por lo tanto, del estrés generalizado.
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