La
ciencia se encargó de explicar aquello que ya habíamos visto y sentido: las
plantas están tanto o más estresadas que el resto de los seres vivos por
aquello que comúnmente se llama tiempo loco -porque no se escucha decir clima
loco- y por eso los alcornoques amarillos coincidieron su floración con los
tajibos morados que florecieron tarde, como el inicio de cualquier acto público
o evento social.
Así
el calendario cromático de los pocos árboles urbanos que quedan cambió y
confundió por igual a científicos y a comentaristas de Wikipedia y de redes
sociales, porque se supone que esto no acaba en la mixtura de flores caídas en
el piso, sino que tiene o tendría un efecto multiplicador mayor.
Peor
que retornar a clases en pleno surazo después de disfrutar una calurosa
vacación invernal, o de tapar las múltiples goteras que aparecieron en los
techos entre abril y mayo, para que en julio llueva como goteando en las
cubiertas que se salvaron de ser arrancadas por ventarrones.
Cambios bruscos, con secuelas no siempre
visibles, que son llamados de atención que en algún momento dejarán de ser
agradables a la vista, como las alfombras de pétalos multicolores, y tan
irreversibles como la decisión de suspender un concierto alegando temor o de
convertir parajes verdes en pampas erosionadas y llamarlas urbanizaciones o
meter carreteras a la fuerza en lo que hasta hace poco eran reguladores del
clima y, por lo tanto, del estrés generalizado.Fb