El anuncio de
que un restaurante pekinés de comida rápida, por no decir chatarra, instaló
tecnología que escanea la cara de los clientes para determinar el menú que se
le podría sugerir, no tiene nada de novedoso si se recuerda que desde hace
quichicientos años la casera de la esquina es capaz de ofrecer el platito de
media mañana más oportuno simplemente mirando de reojo al comensal.
El sistema,
que proyecta extenderse a otros ámbitos comerciales, “adivina” edad, sexo,
carácter y al igual que con los motores de búsqueda de Internet, es un misterio
cómo es que se las ingenia para que una cara conocida le caiga bien un
silpancho y para otra un trancapecho. O
puede que vea que solo le alcanza para un mocochinchi. Según el adelanto
informativo, la cadena china se muestra reticente a explicar qué menú se
corresponde con cada tipo de persona, porque supuestamente depende de muchos
factores.
Para cuando el
sistema llegue a Bolivia, probablemente por la vía del contrabando que es la
más expedita, y cuando por fin se hayan ido los corredores del Dakar, se
someterá a una prueba de fuego porque tendrá que distinguir el menú y procurar ofrecer
variedad para no quedar en ridículo frente a miles, quizá millones de sujetos
con cara de llajua, que es una característica plurinacional, aunque suponemos
que no tendrá mayores dificultades para identificar, al tiro, al comelón que
tiene el poder frente a un mesero. Para distinguir a esos no hace falta
tecnología.