Unas modelos disimulando arneses, otras lidiando con los tocados entre
cables de acero, las de más allá tratando de seguir el ritmo del artista en
escena, unas con mucho traje, otras con casi nada, unos cómicos tropezando con
nombres y anunciando llantas en plena coreografía con primeros planos, la voz
en off notoriamente leyendo unas composiciones estrambóticas ante unos dominantes
toborochis navideños, hasta que finalmente en el trasnoche, salen unas reinas
opacadas por el empacho que provocó semejante mejunje, justo tras Moisés y Los
Diez Mandamientos.
Es lo que provoca meter todo en la olla, con la idea de quedar bien con
todos, para conseguir más descontentos, no entre los eternos enemigos del
Carnaval que ni querían Cambódromo y ahora dicen que allá tendrían que hacerse
todos los espectáculos, sino entre quienes luchan por darle identidad a una
fiesta en proceso de transformación.
Y
aunque se han visto peores precarnavaleras, como la noticia del poste “que posó”
junto a Malia Obama en la terminal de buses, o la interpelación fallida a la
ministra que se fue al agua, o los aportantes que deberían estar muy agradecidos
por prestar plata al otrora altivo sector agropecuario, parece nomás que de
tanto frotar se salió el barniz, aunque siempre hay cosas peores, si sirve de
consuelo, porque el brillo y plumaje son convenientes para distraernos de aquellos
que esperan prolongar su carnaval más allá de lo ya decidido.Fb