Sin hacer mucho esfuerzo, altas y
petisas autoridades están fortaleciendo el cartel del ridículo, en su capítulo
boliviano. Como van las cosas, ya no podrán destacar ni los esforzados muchachos
de la selección de fútbol que se creía tenían asegurada su permanencia y
ejercicio en este selecto grupo, ni los municipales que colocaron la foto del
alcalde manos largas para anunciar la reciente marcha contra la violencia de
género.
Otros que hicieron (y parece que
seguirán haciendo) grandes méritos para no quedar fuera del cartel son algunos candidatos
a rector de la universidad pública, pero estas arremetidas tienen sin cuidado a
capos y capas de los ministerios, bien aleccionadas por instancias superiores, a
las que no se debe pedir más porque siempre se preocupan de estar vigentes en la
cartelera de ridículos mundiales.
Como se ve, hay materia y
sujetos. Estamos en condiciones de competir en las olimpiadas del ridículo con
mejor perspectiva que los pocos deportistas que irán a Rio de Janeiro.
Asimismo, aprovechando la
calentura electoral universitaria, se podría mejorar la oferta académica con
posgrados en ridiculez, sin afectar las materias troncales de Introducción a la
chupa y Farra I, II y III. El cartel del ridículo se pondrá a la altura y no permitirá
que los posgraduados les hagan sombra, porque total, los títulos académicos son
algo que resbala en el gobierno y por eso ya no figurarán ni en las cédulas de
identidad con chip.