Eso de carnavalear sin agua fue
desautorizado con la misma celeridad que cualquier prohibición en vísperas de
Carnaval o de referendo, que cada vez se parecen más. Como en las rifas, la
segunda norma también se fue al agua, igual que la amenaza tributaria al Carnaval
de calle.
De todas maneras fue un gran
alivio saber que no se meterán con el trago, el número premiado, porque eso sí
que sería un atentado imperdonable a las tradiciones carnavaleras.
No importa que cambien al duende
o a la viudita o al carretón de la otra vida por versiones más modernas en el
espectáculo de la coronación. De eso nadie se queja.
Hay que cuidar al principal
auspiciador de la fiesta porque no vaya a ser que se enoje y quiera otra reina,
aunque el mismísimo alcalde haya salido no se sabe de dónde para coronarla, o
que mezquine lo que les corresponde en líquido y por ley a los grupos
carnavaleros de cualquier parte del país, sean comparsas, fraternidades, grupos
folclóricos, bandas imperiales que lleven el nombre de un lago inexistente, o
lo que sea.
Bien que apelen a la conciencia
del ciudadano, justo en la época en la que está con todas sus facultades
mentales, para que decida sin necesidad de una ley si juega o no con agua o con
su voto.
Que la disposición de la ministra
de Medioambiente también se haya ido al agua merecerá numerosos brindis, porque
con las tradiciones carnavaleras no se juega, ni en chiste.