Un día como hoy, en 1925, el líder espiritual indio Meher Baba inició el
voto de silencio que mantuvo hasta su muerte 44 años después. Cuando decidió callar para siempre tenía
apenas 31 años pese a que, según sus biógrafos, poseía una voz melodiosa,
tocaba varios instrumentos, conocía diversas lenguas y era poeta. Qué contrariedad,
diría uno, cuando hay personas que nos condenan a escucharlos ignorando sus
habilidades para atormentar oídos.
Cuentan que Baba dictaba sus discursos y artículos mediante una tabla
alfabética señalando las letras una a una -como cualquier mortal contemporáneo
metido en su WhatsApp- hasta que usó únicamente gestos y ademanes para
comunicarse con sus discípulos y con quien esté dispuesto a interpretar su expresivo
lenguaje corporal.
¿Se
imagina no hablar hasta morir? O mejor aún, ¿imagina el placer que nos darían ciertos
personajes si se animaran a regalar a la humanidad un voto de silencio, aunque
sea temporal? Alegarían que tienen derecho a expresarse, que nadie puede
coartar su arte musical, que defenderán su “vocación” locutora escrita con “b” hasta
las últimas consecuencias, y finalmente que no hay obligación de escucharlos,
como si la posibilidad de mute estuviera
disponible en el cerebro, y esa es la gran diferencia frente al escrito. Es
posible apartar de la vista lo que no se desea leer, pero lamentablemente es
imposible apartar del oído, por ejemplo, el reguetón que no se desea escuchar. Fb