martes, 20 de febrero de 2018

El cake



Por esas cosas de la vida me tocó pasar mi cumpleaños número 36 en La Habana. Ya llevaba una semana en la isla y fui sorpresivamente agasajado por la profesora y los condiscípulos cubanos y de otros países latinoamericanos del Instituto Internacional de Periodismo José Martí. No sé cómo, pero los anfitriones hasta resolvieron el cake.
Resolver es un verbo común en Cuba. Se escucha más como resové y aplica para lo inexplicable, desde parar la olla, hasta mantener funcionando los almendrones Ford, Chevrolet o Buick de la posguerra. Resolver es lo que hacen en su cotidiano hace muchísimos años, casi tantos como los que pasaron desde que adoptaron el cake.
Hice entrañables amigos en esa época y algunos resuelven las dificultades para mantenerse en contacto, al principio por carta y correo aéreo (sí, de ese con estampillas) y luego muy tímidamente vía Internet, no porque no deseen hacerlo mejor. Imagino lo que sortean para publicar en Facebook al nieto en su fiesta infantil y su cake.
Procuro corresponder y no dejo de estar al tanto de lo que allí ocurre, siempre contrastando la información de los medios oficiales con la de blogueros independientes y en caso de extrema necesidad, con la de los columnistas cubano (norte) americanos del Herald. Así compruebo que casi todo sigue igual. Que la enorme bandera cubana que compré como recuerdo está tan guardada que ni sé dónde, porque sacarla sería lo último que haría en estos tiempos de impostores, de destructores de utopías, y de amistades salvadas por el cake.