Por esas cosas
de la vida me tocó pasar mi cumpleaños número 36 en La Habana. Ya llevaba una
semana en la isla y fui sorpresivamente agasajado por la profesora y los
condiscípulos cubanos y de otros países latinoamericanos del Instituto
Internacional de Periodismo José Martí. No sé cómo, pero los anfitriones hasta
resolvieron el cake.
Resolver es un
verbo común en Cuba. Se escucha más como resové y aplica para lo inexplicable, desde
parar la olla, hasta mantener funcionando los almendrones Ford, Chevrolet o
Buick de la posguerra. Resolver es lo que hacen en su cotidiano hace muchísimos
años, casi tantos como los que pasaron desde que adoptaron el cake.
Hice
entrañables amigos en esa época y algunos resuelven las dificultades para
mantenerse en contacto, al principio por carta y correo aéreo (sí, de ese con
estampillas) y luego muy tímidamente vía Internet, no porque no deseen hacerlo
mejor. Imagino lo que sortean para publicar en Facebook al nieto en su fiesta
infantil y su cake.
Procuro corresponder y no dejo de estar al tanto
de lo que allí ocurre, siempre contrastando la información de los medios
oficiales con la de blogueros independientes y en caso de extrema necesidad, con
la de los columnistas cubano (norte) americanos del Herald. Así compruebo que
casi todo sigue igual. Que la enorme bandera cubana que compré como recuerdo
está tan guardada que ni sé dónde, porque sacarla sería lo último que haría en
estos tiempos de impostores, de destructores de utopías, y de amistades
salvadas por el cake.